Javier Ceballos Jiménez: Robert Graves: Adiós a todo eso


Idioma original: Inglés
Título original: Goodbye to all that
Año de publicación:1929
Traducción: Sergio Pitol
Valoración: Está muy bien

Ahora que se cumplen cien años del final de la I Guerra Mundial, o de su interrupción momentánea hasta 1939, la memoria que Robert Graves nos dejó de aquel tiempo en Adiós a todo eso sigue manteniendo intacta una tremenda carga de conmoción y de aturdimiento. Graves había llegado a este mundo en la Inglaterra de 1895 en el seno de una familia con pedigrí aristocrático e intelectual y, en consecuencia, ostentosa de una serie de privilegios, como el acceso sin restricciones a los libros deseados, la posibilidad de mantener discretas relaciones amorosas con colegas del mismo sexo o poder enrolarse en el Ejército como oficial, lo que de por si condiciona una perspectiva muy singular de los demás y de las situaciones que le tocó afrontar.

Así, los años de formación y adolescencia transcurrieron en elitistas internados donde se aprende a mirar el mundo con dotes de mando desde el corazón de un, por aquel entonces, belicoso y confiado Imperio. Años en los que se forjó la necesidad de la poesía, de dejar florecer una personalidad propia no coincidente con la mayoría, en un proceso frágil, a veces muy doloroso, para descubrir y afirmar una sensibilidad a su medida y que incluyó tanto episodios de acoso como el aprendizaje del boxeo como forma de defensa y autoafirmación. Cuando en 1914 estalló la guerra, Robert Graves se enroló en el Regimiento de Fusileros Galeses con el que fue destinado a las trincheras del norte de Francia donde la contienda se atascó durante años con un tremendo coste de vidas.

A recoger esta experiencia se dedican muchas de las páginas de Adiós a todo eso, y en algunos pasajes se hace algo farragoso el detalle de las normas castrenses, de las disposiciones tácticas, del menudeo bélico. Pero Robert Graves es un narrador capaz de transmitir el ambiente de sacrificio, camaradería, desesperación y atrocidad con buen pulso, gracias a su sentido del humor y a la ironía con las que impregna sus recuerdos lo que permite que su lectura no quede atascada, atrapada por lo terrible de la situación.
  
Evidentemente, Robert Graves salvó el pellejo en aquella tremenda carnicería humana y pudo contarlo; fue herido en 1916 durante la batalla del Somme y evacuado y ya no volvió a pisar el frente, aunque no dejó de pensar y razonar como un militar pese a que a esas alturas ya se había producido una nueva percepción de la situación: “Ya no veíamos la guerra como un conflicto entre dos potencias comerciales rivales: su continuación nos parecía sólo el sacrificio de una joven generación de idealistas en aras de la estupidez y miedo egoísta de los mayores”. Si bien el autor se muestra disconforme con la lógica de la política oficial y su inaceptable coste humano tampoco llega a cuestionarse el status quo y busca su acomodo en la nueva situación; se casa, tiene cuatro hijos, procura el confort académico, la complicidad con otros poetas y escritores, intenta negocios desastrosos, marcha con la familia a el Cairo donde imparte clases…

Sin embargo… Algo no encaja, no funciona. A finales de los años 20 emprende la escritura de Adiós a todo eso donde ajusta cuentas consigo mismo y rompe con su familia, con su entorno, con su país. En 1929, la también poeta y escritora Gertrude Stein le habla de Mallorca; “un paraíso, si puedes soportarlo”. Y Robert Graves se instala en Deià, desde donde hace las últimas correcciones de Adiós a todo esoy encuentra su lugar donde crear, gozar y vivir. Pero esta, esta ya es otra historia.

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