Javier Ceballos Jiménez: Thomas Pynchon: Un lento aprendizaje


Idioma original: inglés
Título original: Slow learner
Año de publicación: 1984
Traducción: Jordi Fibla
Valoración: recomendable

Hasta ahora mis valoraciones de los libros de Pynchon que he ido leyendo han sido más bien, ejem, variopintas. Hasta hace pocas semanas, supongo que mediatizado por las opiniones siempre extremas sobre sus grandes novelas, la intimidadora  Mason y Dixon o el célebre Arco iris de gravedad, ni tan siquiera era consciente de que existiera este Un lento aprendizaje, asequible tomo de no mucho más de 200 páginas que contiene cinco relatos fechados entre 1957 y 1964. Y mirad por dónde que el libro se erige en el primer Pynchon que puedo juzgar con cierta sensación no-alterada, tras encontrarme en mis dos experiencias anteriores con esa contradictoria situación de hallarse ante un escritor de primera categoría, pero incapaz, en un juicio personal que entiendo perfectamente sea rebatido, de sostener la coherencia argumental y el pulso firme a lo largo de toda una novela. 
Lo primero que choca aquí es el prefacio en que Pynchon se dirige al lector: una imagen que hasta ahora no había apreciado en su obra, con sus personajes siempre interpuestos. Curioso como se muestra implacable al valorar los textos que, tal como describe, escribió en varios casos cuando estaba en plena formación académica. Tan implacable y tan duro consigo mismo que el lector puede preguntarse, más con ese mito que lo ha retratado como una persona esquiva (y entonces creemos que huraña), cómo fue convencido para publicar textos a los que se refiere no en pocos párrafos de forma algo despectiva, achacándoles, sobre todo, falta de madurez narrativa y graves defectos estructurales.

Son cinco relatos en orden cronológico de escritura, y el Pynchon más relacionado con su obra en formato largo no asoma hasta el tercero. Ahí empiezan a surgir trazas de su estilo posterior: nombres extraños, situaciones surrealistas, relaciones turbias, aunque el formato corto justifica y casi requiere de esa disipación, los dos primeros pueden considerarse apuntes de escritor en ciernes, con un aroma situacionista que podría relacionarlos con Carver o hasta con Capote o Salinger, y los tres siguientes ya pueden considerarse partes del universo creativo de Pynchon, con sus pros y sus contras. Sus pros: un enorme respeto por la forma, un uso del lenguaje a pleno rendimiento, con fragmentos que no contienen ni una coma fuera de su sitio, que abarcan cuestiones y detalles de las que muchos son incapaces en capítulos y capítulos. Y sus contras: esa densidad es a veces inhumana, difícil ya no de comprender sino incluso de seguir. Así que se puede empezar por asistir a una especie de recepción, ser un grupo de niños que parezca una guisa del club de los cinco. Pynchon decide dónde lleva al lector y eso no siempre es un lugar agradable. Los dos primeros cuentos apenas apuntan esas maneras, aunque sean dos historias solventes, sobre todo el primero, quiero decir, recordad el autor del que estamos hablando, tienen recorrido como historias, tienen personajes que parecen el mismo al final del relato que al principio, tienen una intención narrativa directa.
A partir del tercero, muy adecuadamente titulado Entropía, veinte páginas de situaciones vecinales extrañas llenas de citas culturales de distinta índole, el estilo del escritor ya es plenamente reconocible hasta llegar a La integración secreta, brillante texto que a ratos parece de aventuras, a ratos surrealista, siempre fiel al peculiar modo de escribir del elusivo escritor. Impecable en las formas, críptico en el fondo, inclasificable en la combinación de los dos factores y, para mí, que sigo coleccionando sus libros a la par que las experiencias extrañas en sus lecturas, aún inescrutable e inexplicablemente, pidiendo a gritos una segunda lectura.


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