Javier Ceballos Jiménez: Théophile Gautier: Avatar

Idioma original: francés
Título original: Avatar
Año de publicación: 1857
Valoración: Se deja leer

Al margen de implicaciones informáticas o cinematográficas, ‘avatar’ es un término procedente del hinduismo que se refiere aproximadamente a la reencarnación o la transmigración de las almas. Algo que en versión griega sería el concepto de 'metempsicosis', sin duda tan inolvidable para los devotos de Joyce. Normalmente hablamos de la reinserción del alma, tras la muerte, en un cuerpo diferente de su anterior portador, aunque la idea hindú se refiere más bien a la encarnación de un dios (con preferencia, Vishnú) o parte de él, en un ser mortal. Así que bien titulado queda este relato de Gautier, porque algo de todo esto constituye el tronco fundamental del libro, al menos la parte más vistosa. 

Resulta que el joven Octave de Saville sufre una extraña dolencia, parece que la vida se le fuese poco a poco, nada la interesa, se aparta del mundo y se deja ir, consumiéndose incluso desde el punto de vista físico. Le examinan médicos y le prescriben tratamientos que no dan ningún resultado. El misterio resulta en principio sugestivo para el lector, aunque no tardaremos en adivinar un cuadro depresivo bastante corriente, al menos una distimia crónica. Pero parece que al entorno del enfermo le cuesta mucho dar con la respuesta, y acaban recurriendo a un médico o curandero formado en las artes espirituales de la lejana India. El doctor Cherbonneau acaba sonsacando al enfermo su triste historia, y su diagnóstico resulta claro y terminante: el joven está enamorado. Bueno, aquí se nos derrumba un poco el atractivo de esa gran incógnita, pero esto solo acaba de empezar.

La dama anhelada es una condesa lituana felizmente casada con un hombre que acumula tantas virtudes como ella misma, lo que indica que Octave lo tiene bastante crudo. Pero el esotérico doctor tiene una solución: intercambiar las almas de su paciente y el conde, de forma que Octave pueda gozar de su amada aunque sea en el cuerpo de su rival, algo que se parece un poco a lo que hizo Merlín para materializar los deseos de Uther Pendragon hacia la reina Igraine. Realizado el trueque, irán surgiendo nuevos problemas y complicaciones que por supuesto no voy a desvelar pero, al margen de aspectos meramente anecdóticos, la situación es incendiaria: el joven por fin tiene a su alcance cumplir los deseos que le consumían, pero no termina de verse cómodo en su nueva carrocería; y el pobre conde, que no tiene idea de lo que ocurre, cree enloquecer mientras ve usurpado su lugar, incluido su propio cuerpo. Los encuentros entre ambos son un tour de force entre dos personajes descoyuntados, y plantean la interesante disociación entre alma (o diríamos consciencia) y el ser físico.

De manera que tenemos un buen surtido de elementos del romanticismo al máximo de intensidad. Un amor imposible, arrebatado hasta lo mortal, personificado en la mujer perfecta; fenómenos de índole espiritual dirigidos desde la sabiduría del lejano Oriente; la primacía del sentimiento y la individualidad (aunque dislocada); y desde luego, algún tipo de tragedia que se vislumbra sin remedio. Tenemos la sensación de ambiente nocturno, carruajes que transportan a personajes atormentados, duelos por honor, misterio y peligro, amores no correspondidos o perdidos. Con estos ingredientes seguramente será posible hacer un interesante estudio sobre el perfil literario de Gautier, su creatividad o carácter (quizá) innovador, o lo bien que representa toda una época de la narrativa. Pero.

Como ocurre algunas veces, me temo que para el lector del siglo XXI, estas tramas están un poco superadas y todo esto apenas sorprende, como quizás sí lo hiciera en su época. Aun así, el relato podría sostenerse en esa atmósfera oscura con algo de ritmo y potencia narrativa… que en este caso a Gautier no le sobran precisamente. Nos aturde un poco don Téophile con interminables descripciones de la riqueza de los ropajes de la amada, los bigotes del conde o las decoraciones de las casas, esplendorosas en la mansión de las víctimas, escuetas en la residencia del impostor. Y bien están los intensos sentimientos de los personajes y la zozobra de las personalidades subvertidas, pero naufragan entre tantas páginas dedicadas al escenario y a detalles que poco importan al argumento.

Siendo generoso, admito la habilidad para introducir el elemento irónico que aporta el peculiar curandero, que más que de chamán imponente, tiene un alegre aire de pillo que hace de contrapunto al desgarro general que provoca su terapia. Y de paso, este rasgo pícaro se utiliza para redondear la historia con un giro final sorprendente y bien resuelto. 

Así que, con algunas cosas interesantes y otras mucho menos, pues eso, que tenemos un pequeño cuento, como para entretenernos un rato.

Otras obras de Téophile Gautier en ULAD: Muertas enamoradas



Ver Fuente

Comentarios

Entradas populares