Javier Ceballos Jiménez: Christopher Isherwood: Adiós a Berlín


Idioma original: Inglés
Título original: Goodbye to Berlin
Año de publicación: 1939
Traducción: Jaime Gil de Biedma (1967) Al catalán: Jordi Arbonès i Montull y  Josep Cornudella i Defis  (2016)
Valoración: Muy recomendable

Empecé a ir al acecho de Adiós a Berlín porque sabía que era la novela en la que se basaba –en realidad, apenas sirvió de inspiración- a la película Cabaret, que rodó Bob Fosse en 1972 con una estelar Liza Mineli de protagonista. Descubrir que existía una versión en castellano firmada por Jaime Gil de Biedma aumentó considerablemente el aliciente –y cómo se hace notar la mano del poeta barcelonés.Adiós a Berlín en castellano arranca y suena así: “En lo hondo la calle, pesada y pomposa, bajo mi ventana.”-.

El género cabaretero, con su corrosiva y contagiosa capacidad de sacarnos los colores a las personas convencionales y a los momentos esdrújulos y confusos –como la Europa de entreguerras o la actual- me parece por supuesto una manera deliciosa de hacer reír y de hacer sentir. De quien no albergaba ni remota idea era de Christopher Isherwood (Chesire, Reino Unido, 1904 / California, EE.UU., 1986), apenas que, como W.H Auden, Anthony Burgess o Stephen Stender, formó parte de esa extraordinaria ola de escritores británicos, cultos y sagaces, homosexuales y mundanos, brillantes y transgresores, que produjeron magnífica literatura. Con estos mimbres, desde luego, Adiós a Berlín debía valer la pena. Y así ha sido.

Aunque no se trata estrictamente de una novela al uso -escrita en 1939 juega ya con la hoy apabullante y omnipresente autoficción- puesto que se presenta formalmente como memoria de una experiencia vivida, la de la estancia del propio autor en el Berlín de finales de la década de los 20 y los primeros años 30. En la capital de la República de Weimar, en los momentos previos a la llegada –vía elecciones democráticas, no lo olvidemos- del Partido Nazi alemán al Gobierno, cuando todavía parecía que aquellos estúpidos y grotescos salvadores de la patria no eran más que una broma estúpida que no iba a ninguna parte. Pero el gran disparate fue a más, no se desvaneció: “Dentro de pocos días, pensé, habremos perdido toda afinidad con el noventa y nueve por ciento de la población mundial, con los hombres y las mujeres que se ganan el pan, que aseguran sus vidas y se preocupan por el porvenir de sus hijos. Es posible que en la edad Media las gentes sintiesen algo así cuando creían haber vendido su alma al diablo, era una curiosa sensación estimulante, y no desagradable, pero al mismo tiempo me sentía ligeramente asustado”.

Desde luego, Sally Bowles, el personaje que Liza Minelli encarnaría en el celuloide, es un lujo, inspirado a su vez en la persona de Jean Ross, una cabaretera, modelo, activista y escritora nacida en Alejandría en 1911 con la que Christopher Isherwood coincidió y trabó amistad en sus noches berlinesas. Su dieta apenas incluía criadillas y huevos batidos y su fascinante personalidad se basaba en una atractiva y arrolladora simbiosis de ingenuidad y ambición, de simplicidad y hedonismo: “Tenía una voz sorprendentemente baja y bronca y cantaba mal, sin la menor expresión, con las manos pegadas al cuerpo, y sin embargo resultaba impresionante a su manera, debido a lo extraño de su aspecto y a su aire de no importarle un pito lo que el público opinase”. La atmósfera que desprende la novela es precisamente esa, la de unos personajes aferrándose a la dicha de vivir en un momento en que todo está diabolicamente dispuesto para estallar y hacerse añicos.

El elenco de personajes que pululan por las páginas de Adiós a Berlín incluye unos cuantos miembros de la acomodada familia judía Landauer, así como también la proletaria y aria familia de los Nowak, a los que Christopher Isherwood alquila media buhardilla que le permitía compartir las noches con Otto, y unos cuantos chaperos, buscavidas, idealistas, estafadores, cabareteros y artistas de medio pelo. Gentes arruinadas, desesperadas, supervivientes en una urbe enloquecida y sin rumbo, sin apenas esperanza en el porvenir pero dispuesta a aprovechar cada instante.

La eterna comedia humana aconteciendo en un local como el Lady Windamere de la Tauentzienstrasse, escrita ¡en 1939! con abundante ironía, mordacidad y humanidad: “Para ser una demi mondaine parecía tener escaso tacto y sentido del negocio: perdió un largo rato insinuándose a un señor de edad que claramente hubiese preferido charlar con el barman”. O capturada en sabrosos diálogos sin desperdicio:
“-El otro día estuve en Hiddensee y no había más que judíos. ¡Da gusto volver aquí y ver verdaderos tipos nórdicos!

-Vamos a la otra playa, propuso enseguida Otto. Esta es aburridísima. No hay nadie.

-Vete tú si quieres, replicó Peter furiosamente sarcástico: Me temo que yo me sentiría un tanto fuera de lugar. Una de mis abuelas era medio española”.


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