Javier Ceballos Jiménez: Karen Armstrong: Mahoma

Idioma original: inglés
Título original: Muhammad. A Biography of the Prophet
Traducción: Victoria Ordóñez
Año: 1991
Valoración: Bastante recomendable


En este siglo XXI en que hemos asistido a sucesivas atrocidades cometidas en nombre del Islam, leer una biografía de Mahoma puede constituir un ejercicio a contracorriente o un intento por encontrar un recodo en el que tomarnos una pausa y mirar algo más allá de lo inmediato. Entender un poco ese mundo tan próximo y tan desconocido, sometido a estereotipos y simplicidades, es algo que habría que intentar al menos.

El libro de Karen Armstrong es ya un clásico en la materia, escrito mucho antes de la eclosión del terrorismo islamista. No es solo una biografía del profeta, sino todo un relato de su época, y por tanto del nacimiento del Islam. Parece avisar Armstrong de sus intenciones cuando dedica el primero de los capítulos a recopilar el historial de inquina y horror que esta religión ha suscitado en el mundo occidental cristiano, lo que la autora identifica con rechazo irracional a algo que desde Europa nunca ha llegado a entenderse del todo. 

Una parte muy interesante es la que se dedica a describir la yahiliyyah, es decir, la sociedad árabe (lo que hoy es Arabia Saudí y su entorno) justo antes de la aparición del profeta. Estamos en una sociedad atomizada en tribus, que ya rendían culto a Alá pero también a otras divinidades, grupos enfrentados que malamente empiezan a asimilar el paso de un mundo nómada al sedentarismo. Sin conciencia de una identidad común, desde el punto de vista religioso los árabes se sienten inferiores a las llamadas Gentes del Libro, judíos y cristianos, que han sido depositarios directos de la voluntad divina mediante la Torah o la Biblia. 

En este contexto, Mahoma comienza a recibir las sucesivas revelaciones que irán integrando el Corán, y las transmite a su entorno más próximo. La siguiente fase recuerda bastante a la trayectoria de Jesús, incluyendo la persecución desde el poder establecido, que Mahoma sufre en La Meca, y de la que huye hacia Medina en la famosa hégira. En Medina, sin embargo, se va fraguando el éxito, ya sea mediante la convicción, las alianzas familiares o el uso de la fuerza, y aquí hay que detenerse en algunas diferencias sustanciales con el cristianismo.

Mahoma es un profeta como (según su criterio) lo fue Jesús y lo fueron antes otros muchos en la tradición judía. Pero, al margen de las diferencias teológicas, es también notorio el contraste entre la evolución victoriosa de la etapa de Medina y la derrota del nazareno en vida, acorralado por romanos y judíos. Lo subraya Armstrong: ‘Solemos considerar el fracaso y la humillación como principales características de un líder religioso. No esperamos que nuestros héroes espirituales triunfen de forma espectacular en la vida cotidiana’. La victoria de Mahoma se obtiene mediante sus dotes políticas y la lucha al frente de sus partidarios (la yihad, a la que la autora adjudica matices en los que tampoco vamos a entrar ahora).

Esto que tanto sorprende en la cultura cristiana tiene su origen en otro concepto fundamental del Islam: la umma, comunidad de creyentes que, una vez desbordado el ámbito árabe inicial, incluirá a todos los que profesan la nueva religión, sea cual fuese su nacionalidad, origen o estatus social. La necesidad de mantener ese vínculo indestructible y superior a cualquier otro deriva seguramente de las divisiones tribales anteriores que Mahoma desea superar a toda costa, para lo cual necesita convertirse en líder político y militar. Sobre la base del Corán, se intenta crear la sociedad ideal, con la propia vida del profeta como paradigma, y con esas convicciones, resulta un deber luchar contra todo aquello que pueda ponerla en peligro. Dicho de otra forma, si el nuestro es el modelo perfecto, el que el mismo Dios ha diseñado, cualquier otra cosa es peor, y los creyentes deben defenderlo por cualquier medio. Ese carácter universal de la comunidad musulmana, la identificación entre religión y política, e incluso ciertas formas extremas de odio y rechazo a otros modelos, pueden entenderse mejor a partir de estas premisas.

Aunque entender no es lo mismo que justificar, y aquí radica en mi opinión la principal debilidad del libro, por lo demás expuesto con bastante claridad y gran profusión de datos. Parece que Karen Armstrong, de origen católico pero de irreductible vocación ecuménica, se esfuerza quizá más de lo debido en buscarle explicaciones plausibles a todo lo que hicieron Mahoma y sus seguidores. Lo hace, por poner un ejemplo, al referirse a la masacre de los Qurayzah, tribu judía hostil a los musulmanes: unos mil varones fueron públicamente decapitados, y las mujeres y los niños esclavizados. Todo para escarmentar a un grupo que había traicionado gravemente a la umma

Actos de barbarie como este se han cometido a montones en la Historia, y por parte de todas las religiones, culturas e imperios. Pero no creo que ello habilite para darlo por bueno en función de un bien superior… aunque sea en el siglo VII. Y tampoco se detiene ahí la autora. El bien surtido harén del profeta (criticado incluso en su propio tiempo) no era más que una forma de reforzar alianzas con diferentes familias y tribus; el velo que estableció para sus mujeres no sólo era copia de prácticas similares en el mundo persa y bizantino, sino que, lejos de limitar la libertad de sus portadoras, era un signo de distinción; los castigos corporales, algunos especialmente brutales y que aún subsisten en ciertos países, eran una necesidad ejemplarizante en una sociedad todavía inorgánica. 

Claro, no seré yo quien le discuta a Karen Armstrong sus afirmaciones. Pero si el mundo occidental de raíces cristianas está en buena parte siendo capaz de hacer una revisión crítica de su pasado, chirría un poco esa inclinación muy poco velada a dar por buena cualquier cosa que se hiciera en nombre del Islam. Con lo cual, aunque sigo pensando que se trata de un libro interesante y bien escrito, yo creo que la autora dejó pasar la ocasión para hacer algo mucho más neutro, o en cualquier caso un poco menos contemporizador.



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