Javier Ceballos Jiménez: Contra reseña: Un tranvía llamado Deseo de Tennessee Williams

Idioma original: inglés
Título original: A streetcar named Desire
Año de publicación: 1947
Traducción: Amado Diéguez
Valoración: Imprescindible

Cuando leí la reseña de Un tranvía llamado Deseo publicada en 2010, tuve la sensación de que Santi había reconocido la excelente factura de la obra y, sin embargo, su lectura no le había conmovido (le puso un Recomendable pero el tono de la reseña no expresaba mucho más que un Se deja leer o Está bien). Sin embargo, lo que las obras de Tennessee Williams desde luego no hacen es dejar indiferente, así que no me quedó otra opción que la de especular cochinamente. (Modo especulación cochina «on»):
No todo el mundo tiene la suerte de pertenecer a ese grupo exclusivo y minoritario de freaks que disfrutamos del teatro casi más cuando lo tenemos en nuestras manos que cuando lo tenemos frente a nuestros ojos. O lo que es lo mismo: si a Santi no le ha conmovido Un tranvía llamado Deseo, es que a Santi no le gusta el teatro leído. (Modo especulación cochina «off»)

Resumen resumido: Blanche Dubois, una señorita madura del sur rural, irrumpe en el humilde hogar de Nueva Orleans donde vive Stella, su hermana pequeña. Los delirios de grandeza de Blanche así como la inconsistencia de sus argumentos en cuanto a sus circunstancias personales chocarán estrepitosamente con su rudo cuñado Stanley, un obrero descendiente de inmigrantes polacos, de naturaleza soberbia y violenta. 

¿Qué tiene Un tranvía llamado Deseo que la hace una obra tan poderosa y tan contemporánea? 
  • Unos conflictos universales que se prevén ya desde el arranque, cuando el lector presencia el primer encuentro entre Blanche y Stanley: las diferencias culturales, las diferencias de clase, las diferencias de género y, sobretodo, un choque de narcisismos como nunca se ha visto.
  • El tema, tratado con auténtica verosimilitud y crudeza. Tennessee Williams es un autor interesado en reflejar las pasiones que rigen al ser humano y que lo conducen, por lo general, hacia la tragedia. El amor y el sexo (por exceso o por defecto) impregnan las páginas de esta obra con un lenguaje directo, sin dobleces. Porque Un tranvía llamado Deseo es un grito vital desgarrador, una llamada de socorro: la vida es un cúmulo de dolor y soledad, y se ensaña especialmente con las almas sensibles.
  • Los personajes. Blanche y Stanley representan dos arquetipos radicalizados de lo que sigue siendo a día de hoy una mal entendida masculinidad (Stan es violento, prepotente, primitivo, egoísta…) y una todavía peor entendida feminidad (Blanche es frívola, inestable, vulnerable, manipuladora…). El desproporcionado narcisismo de ambos hace saltar la chispa frente a una Stella incapaz de detener el pulso que ambos han iniciado. En todo caso, Blanche es la indudable protagonista y el personaje más rico y complejo, con capas y capas de delirios y contradicciones que no permiten que el lector acabe de sentir confianza hacia ella por mucho que sufra por su penosa situación. No puedo dejar de ver en Blanche un reflejo de la queridísima hermana mayor del autor, Rose Williams, aquejada desde su juventud por una extraña demencia. 
  • La atmósfera. Williams integra muy bien a ese personaje omnipresente que es el ambiente propio del barrio canalla de Nueva Orleans en el que transcurre toda la acción. Las descripciones que introduce para situar al lector son precisas con un toque de lirismo, y en las escenas siempre intervienen elementos puntuales (música que proviene de la calle, una vecina que pasa…) que se integran perfectamente, aportan verosimilitud y recuerdan al lector dónde está. 
«(…) Tarde de primeros de mayo, acaba de caer la noche. El cielo que rodea el edificio blanco, que está en penumbra, es de un azul suave y peculiar, casi turquesa, lo que confiere a la escena una suerte de lirismo que atenúa con dignidad la atmósfera decadente del lugar. Casi se puede sentir el cálido aliento del río marrón que transcurre más allá de los almacenes del puerto fluvial, con su leve fragancia a plátanos y café. El mismo ambiente evocan las melodías de los músicos negros que tocan en el bar que está a la vuelta de la esquina (…)» 
  • El ritmo ágil y bien calibrado gracias a un lenguaje sin florituras ni preámbulos y una tensión perfectamente calculada.
En cuanto al título, Un tranvía llamado Deseo me parece una metáfora poética y convincente —el tranvía que avanza tortuosamente por las calles de Nueva Orleans— al tiempo que está muy bien integrada en el texto de la obra.

Por otra parte, resulta inevitable que no nos venga a la mente Marlon Brando y Vivien Leight en la inolvidable adaptación cinematográfica de 1951 dirigida por Elia Kazan; tal vez haya sido la mejor pero no la única. También son incontables las diversas adaptaciones teatrales que también han dado resultados de todo tipo. Y tal vez sea eso lo que, a ojos de Santi, hace que Un tranvía llamado Deseo no haya envejecido bien: la dificultad de trasladar a las tablas del escenario o a la pantalla el germen genuino de la obra. Sin embargo, la lectura de sus páginas no decepciona jamás porque —y tomo prestadas las palabras del compañero Carlos Andia— qué experiencia literaria puede ser más estimulante que respirar el mismo aire que esos personajes, acercarnos a ellos lo que nos apetezca o hacer resonar sus palabras tantas veces como queramos.

Hay que leer más teatro.


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