Javier Ceballos Jiménez: Domingo Villar: El último barco


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Idioma original: español
Año de publicación: 2019
Valoración: Muy recomendable




En este mundo nuestro, tan complejo y saturado de noticias que la desinformación no reside en la escasez sino en la abundancia y consiguiente dificultad de seleccionar y jerarquizar, enterarnos de una nueva desaparición, asesinato o cualquier tipo de acto violento se está volviendo parte del paisaje, y quizá el mayor peligro resida en la naturalidad con que acabamos asumiéndolo. El último barco es la tercera novela, tanto de su autor como de la serie protagonizada por el inspector Leo Caldas. Un tipo común y corriente –y con esto quiero decir que no imita los tics de sus predecesores en el género– que sirve (casi exclusivamente) de hilo conductor para suministrar a los lectores las pistas necesarias que le permitirán ir atando cabos, pasar de una etapa a otra hasta llegar, finalmente, a ver la luz. Claro que, estarán de acuerdo conmigo, algo más tiene que haber para que la trama que nos ocupa se diferencie, poco o mucho, de los mil y un telefilms con que nos saturan a diario los canales privados y públicos. Eso es lo que vengo a contarles, ya que para mí ha supuesto todo un descubrimiento, tanto la novela como su autor, a quien a partir de ahora seguiré la pista, sobre todo si se arriesga a explorar nuevos territorios narrativos, pues en este ha quedado demostrado que se desenvuelve como pez en el agua.
Y es que El último barco trata de la desaparición de una mujer como podría tratar de cualquier otro asunto, ya que en realidad es un canto a la vida, al lugar que nos acoge, a la naturaleza, a la vocación artesana –que no busca provecho sino disfrute en el trabajo manual lento y concienzudo– a la amistad, la aceptación del diferente y otra serie de valores que el texto simplemente transpira sin que nadie se empeñe en convencernos de nada. Todo ello narrado con la crudeza necesaria, sin ningún morbo añadido, pero también sin concesiones a ningún sentimentalismo barato o a los artificiosos finales felices.
Por razones obvias, del hecho delictivo en sí hablaré lo menos posible, pero me apresuro a aclarar que, en este caso, no se habla de violencia de género, es decir, es completamente irrelevante que la desparecida sea una mujer. No así su personalidad, que acabaremos conociendo con detalle y, como se pondrá de manifiesto a lo largo de sus setecientas páginas, será el desencadenante de lo ocurrido. Gracias a un predominio del diálogo, que nos conduce rápidamente al final a pesar de su extensión, Villar lo desmenuza para nosotros con una minuciosidad que en narrativa es siempre un peligro pues, o encandila o aburre. Eso depende de la habilidad del autor que se traduce, bien en acumular detalles irrelevantes con el fin de rellenar páginas, o bien –como en este caso– en poner al lector a su lado, mantenerle constantemente intrigado y recorrer el camino junto a él, hombro con hombro. Que vea lo que él ve, se emocione con ello, se haga las preguntas y llegue a las conclusiones que le surgirían si estuviese allí, escuchando las respuestas de los testigos, temiendo las salidas de su ayudante, dando palos de ciego, buscando nuevos caminos cuando llega a un callejón sin salida, frustrándose cuando se entromete en su trabajo el convecino ilustre al que hay que dorar la píldora. ¿Quiere esto decir que cerramos la novela conociéndolo todo al detalle? En absoluto, el autor se guarda lo que debe para que el conjunto resulte efectivo, pero consigue convencernos de que no es así y eso es lo que importa.
A todo esto, aún no les he contado que Villar es vigués y como tal lleva a Galicia en la sangre, en particular las Rías Bajas. Que la acción transcurra en terreno archiconocido es otro tanto a su favor ya que el realismo está asegurado. Y no solo geográficamente, también en cuanto a las costumbres y hasta el temperamento de sus gentes. Nos movemos entre Vigo y una parroquia de Moaña (en la península del Morrazo). De ahí que el mar y la costa se conviertan en otros tantos protagonistas. Quien no tenga la suerte de conocer esta maravillosa tierra seguramente no podrá dibujar el mapa que la representa basándose en las descripciones, pero es seguro que observará la silueta de sus pueblos desde uno y otro lado de la ría, sentirá la brisa salina y hasta notará las salpicaduras, pero sobre todo amará un poco más al gremio pesquero. los oficios artesanos y el arte, en particular esos edificios emblemáticos que desaparecieron de un día para otro por intereses inconfesables. El que sí puede dibujar, y lo hace con gran precisión, es Camilo, otro de los personajes centrales de nuestra historia. Les ruego que se fijen en él, porque está lleno de marices y no les dejará indiferentes.
O sea, si les apetece embarcarse en la resolución de un complejo puzle o, lo que es igual, en la lectura de una estupenda historia muy bien contada, no lo duden, este es el libro que se tienen que llevar de vacaciones.


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