Javier Ceballos Jiménez: Vicente Suárez Casañ: Conocimentos para la vida privada


Idioma original: castellano
Año de publicación: 1894
Valoración: Intragable ¿pero curioso?

En cierta ocasión consulté con el Sacro Colegio uladiano la oportunidad de reseñar un determinado libro, y uno de los purpurados dijo simplemente: ‘Es un libro, no? Pues entonces se puede reseñar’. Bien, pues esto que traigo hoy también es un libro, y además bastante voluminoso. Raro, sí, quizá hasta disparatado, pero libro.

Lo que tenemos delante es un tocho formado por cerca de mil páginas, organizadas en diez tomos de encuadernación fatigada, con la pretensión de ‘presentar a los ojos de la juventud un provechoso ejemplo de los vicios y aberraciones a que se ha entregado la humanidad, y las funestas consecuencias' que han acarreado. Añadiríamos ‘todo ello desde el punto de vista sexual’, porque no se toca ningún otro tema, como se advierte al comprobar el índice de la colección: La prostitución – Secretos del lecho conyugal - La virginidad - Onanismo conyugal -Los vicios solitarios - La pederastia - Fenómenos sexuales - Matrimonio y adulterio - El amor lesbio - Costumbres y vicios sexuales de todos los países. Claro, solo comentar acerca de los títulos daría para varias entradas del blog, así que lo dejaremos correr.  En todo caso, me atrevería a asegurar que si alguien a finales del siglo XIX abre un libro titulado Conocimientos para la vida privada, ya se imagina más o menos de qué materias va a tratar: no desde luego sobre formas de ordenar la economía doméstica, ni recetas de cocina, ni convivencia vecinal. Que también son asuntos de la vida privada pero, claro, estamos a lo que estamos.

El libro está escrito por un tal Vicente Suárez Casañ, de quien seguramente no obtendremos muchos datos en internet, pero que parece ser un autor más o menos productivo y sobre todo bastante versátil, porque aunque parece que publicó otros libros sobre temas sexuales, también firma cosas variadas, como un libro sobre medicina y otros nada menos que sobre Pi y Margall y el federalismo en España. Por terminar de centrar el tema, Suárez Casañ deja claro que el contenido del libro no es enteramente de su cosecha, sino que transcribe opiniones de eminentes eruditos en las diferentes materias (tampoco añadiré nada al respecto).

No se piense que esto es fácil, porque hay que sintetizar mucho, muchísimo. Por empezar por lo mejor, sin duda las partes más interesantes del libro son las que tienen carácter histórico: una amplia exposición sobre la prostitución, seguramente fusilada del estudio de Pierre Dufour; la escalofriante historia de Barba Azul; o el relato, muy bien contado, de la violación de Lucrecia y el consiguiente advenimiento de la República en Roma. Al margen de esto, es realmente divertido un parrafito dedicado a la ‘idiosincrasia’, entendida como singularidad extrema de la personalidad, donde se citan casos que harían las delicias de Roussel o de Borges, como  síncopes o desmayos provocados por la visión de un lirio o una remolacha, o vahídos producto del sonido de una escoba al barrer. Estas tres o cuatro cosas que cito es lo aprovechable del libro. ¿Y el resto?

Como apuntaba el índice, el resto habla exclusivamente de sexo, sin realmente centrarse en el acto sexual –que pasa como por alto, como algo natural pero de lo que no es necesario ni conveniente hablar- sino cebándose en todo aquello que se desvíe una pizca del concepto de coito dentro del matrimonio (con algunos matices que ya veremos). La cosa es muy sencilla. El Código de Derecho canónico, que supongo que seguirá aún vigente, decía muy clarito algo que ningún estudiante ha olvidado nunca: la cópula es el acto de suyo apto para la procreación. En esta definición se pueden resumir las mil páginas del tocho. Ergo, toda práctica que se aparte de este principio es condenable, y ahí van encajando los distintos capítulos que he mencionado, bien porque la procreación no sea el fin perseguido (prostitución), porque ésta es físicamente imposible (homosexualidad), porque se impide a propósito (lo que en el libro se llama onanismo, diríamos métodos contraceptivos, incluidos todos ellos), o porque solo se busca un placer sustitutivo (vicios secretos). 

En este sentido, Casañ ejerce de inquisidor frente a quien se aparte un ápice de la doctrina de la Iglesia, aunque también es cierto que a veces da la sensación de ser menos cerril de lo que el texto transmite en su conjunto. Pero en todo caso, reconoce que no es fácil hacer cumplir este principio inflexible, y lo dice abiertamente: la ley poco puede adentrarse en la vida privada (todavía no se conocían ciertas leyes norteamericanas sobre los mismos temas), y por tanto solo la moral (o sea, la religión) es capaz de disuadir de tales prácticas y conducir al individuo por el camino recto. Lo dice con convicción, sí, pero no consigue ocultar su escasa confianza en su efecto persuasivo. Así que donde la ley no llega y la moral carece de fuerza para obligar, aparece Casañ con la artillería pesada: la medicina.

Esto es lo que ocupa la mayor parte del libro, no sé, el 90%, quizá más. No olvidemos el citado principio del Derecho canónico, porque todo lo que no sea cumplirlo estrictamente no solo es moralmente reprobable sino que tiene consecuencias nefastas para la salud. Ríase usted de la vieja advertencia de que la masturbación provoca ceguera. Aquí ya encontramos todo tipo de espantos asociados a las conductas sexuales desviadas que hemos ido citando, páginas y páginas de humores, desgarros, gangrenas, infecciones, tumoraciones y calamidades incontables cuya enumeración se cierra casi siempre con el colmo de la devastación: el desprecio social, la tisis, la locura y la muerte. Por poner un ejemplo cortito sobre las personas que desarrollen ciertas prácticas (casi da igual cuáles):

'Su vida será un continuo tormento, su cuerpo se verá llagado y corrompido (…) y por fin morirán desesperadas, comidas por la gangrena o consumidas por la tisis u otras enfermedades, no menos terribles ni menos lamentables'.

La cosa es de tal magnitud que, si empieza provocando una sonrisa o gesto de incredulidad, la reiteración lo convierte en algo un poco abrumador, y termina dando algo de lástima que haya que recurrir a semejante despliegue de horrores para convencer de algo al personal. Sin olvidar que este buen señor ha escrito otro ladrillo sobre medicina, y da toda la sensación de que se cree lo que está contando. Y, por decirlo todo, lo cierto es que el bombardeo con todas estas asquerosidades pues bueno, que acaba por intimidar un poquillo al lector ante determinadas actividades. Que uno también es humano y vulnerable.

Naturalmente, no recomiendo a nadie que lea este engendro. Si acaso, como curiosidad se puede ojear alguno de los capítulos, que vienen a ser unas 80-100 páginas cada uno, y en este sentido sí que resulta instructivo: uno parece transportado al paleolítico aunque el libro tiene poco más de un siglo. Pero, lo que es peor, estas ideas han pervivido en España al menos cincuenta años más, o sea, hasta antesdeayer, y en base a ellas y otras de corte similar se ha construido una sociedad bruta, enferma y ensimismada. Afortundamente, muchos no hicieron demasiado caso y hoy en día –cierto que con otros horrores nuevos- parece que viviésemos en otro planeta.

P.S. No me resisto a un breve apunte sobre la mujer. Puede suponerse que en el panorama ideológico en que se mueve el autor, a la mujer le está reservado un papel respetable pero también secundario, reproductor y, si se me permite, un poco bobalicón. Pero quizá lo más desopilante (pero también estremecedor) es que los capítulos referidos a la virginidad y al adulterio están íntegramente centrados en la figura femenina. Se me escapa por qué ambos asuntos son tan trascendentes cuando se refieren a la mujer como irrelevantes si hablamos del varón.



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