Javier Ceballos Jiménez: Philip Roth. La lección de anatomia

Idioma original: inglés
Título original: The Anatomy Lesson
Año de publicación: 1983
Traducción: Ramón Buenaventura
Valoración: muy recomendable

Pues bien: debidamente espaciadas con el tiempo voy cumplimentando las novelas contenidas en el volumen Zuckerman encadenado. Ahora me falta algo que parece un epílogo, titulado La orgía de Praga que ya valoraré si se convierte en un postfacio de estas tres reseñas. Pero he de decir que cada una de las novelas dispone de entidad por sí sola y que, aunque algunos comentarios contradigan mi afirmación, La lección de anatomía es la que más me ha gustado, y también con la que más me he reído.
Culpad al hecho de que las dos precedentes ya me han hecho conocer a Nathan Zuckerman y que el juego desarrollado en las dos primeras encuentra aquí su complemento idóneo, su vuelta de tuerca ideal en lo que es una serie marcada por un extremadamente agudo sentido del humor, cuestión que nos hace disfrutar y empatizar con alguien tan entrañablemente patético como el autor de Carnovsky, obra que ha puesto patas arriba el mundo editorial, lo ha convertido en rico y famoso a la vez que en vergüenza de su familia y casi de toda la comunidad judía a la que su novela no ha dejado en muy buen sitio.
Y puede que sea el karma, vete a saber, pero el libro empieza con Zuckerman aquejado por severos dolores en el cuello que le traen por la calle de la amargura. Una grotesca e hilarante descripción nos lo sitúa en un escenario esperpéntico: Zuckerman cuarentón que ha empezado a perder pelo, tendido en una especie de alfombra con unas gafas con unos cristales especiales que le permiten ver en la TV  las evoluciones del caso Watergate, en tan grotesca postura. Cuidado por cuatro mujeres que se turnan, una de ellas esposa de su contable, que le procuran justo el tipo de tratamientos especiales que el escritor acepta resignado. Zuckerman cree que ese dolor es insoportable y no deja de visitar, recordemos que ha ganado una millonada con su libro, toda clase de especialistas de toda índole par que le ayuden a acabar con su sufrimiento. También le preocupa la pérdida de cabello, con lo cual su existencia ahora no está dedicada a la creación literaria, sino a satisfacer su insaciable histeria hipocondríaca que dispara desde un lado: la crisis de los cuarenta envía cañonazos desde el otro y sus continuos encuentros sexuales han empezado a caer en una previsibilidad y una atonía que le obsesiona. Únase la pérdida de su madre, otra desgracia de la que es culpado o responsabilizado de alguna manera. Henry, hermano con el que ya tenía desavenencias, le ridiculiza en el funeral.
El panegírico de Henry se prolongó durante casi una hora, Nathan llevó la cuenta de las páginas que su hermano iba pasando al final del rimero. Diecisiete: más de treinta mil matrices. A él le habría costado una semana redactar diecisiete páginas, pero Henry lo había hecho en una noche, y metido en una habitación de hotel con su mujer y tres niños pequeños. A Zuckerman le bastaba con que hubiese un gato en la habitación para no poder escribir.
No acaba ahí la cuestión: Zuckerman es incapaz de emplear para nada a una mujer (por ejemplo, a Diana, a la que pretende dictar sus escritos, toda vez que el dolor de cuello le impide escribir a pesar de sus tentativas pseudocontorsionistas) sin sucumbir a las tentaciones sexuales. Desesperado ante el avance del dolor, toma la descabellada decisión de matricularse, a su edad, para estudiar Medicina, para lo cual tendrá que abandonar Nueva York.

Diálogos de enorme calado, concebidos con enormes licencias literarias pero con un brillantísimo sentido del análisis. Charlatanes, psicoanalistas, viejos amigos y confidentes, una chófer de limosina particularmente prudente, antagonistas que han despedazado su obra y ahora le piden favores en aras de una Causa Mayor. Roth combina todos esos elementos en una sátira que no toma prisioneros: recibe la comunidad judía, la sociedad americana, Vietnam, el oficio médico, la prensa, la crítica literaria. Todo son golpes a la espinilla seguidos de una sonrisa de disculpa, cómo no, pero la punzada del dolor permanece y Roth se limita a sonreír como diciendo no será para tanto. Brillante cierre de la trilogía y desde luego cualquiera interesado en literatura contemporánea mordaz e inteligente debería probar con Zuckerman encadenado.


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