Javier Ceballos Jiménez: Maren Meinhardt: Alexander von Humboldt. El anhelo por lo desconocido

Idioma original: inglés
Título original: Alexander von Humboldt
Traducción: Julia Gómez
Año de publicación: 2018
Valoración: Bastante recomendable 

Sabemos que el ser humano escruta el Universo buscando exoplanetas, explora las profundidades catalogando especies abisales, y procesa extrañas partículas mediante ingenios electrónicos e informáticos. El mundo de la ciencia y el conocimiento está compartimentado en la forma más extrema, y no hay asunto que no deba ser tratado por equipos de especialistas cuyo trabajo se circunscribe a lo más concreto, con la pretensión de encontrar la verdad irrefutable. Qué diferente de aquellos tipos que hasta hace un siglo se aproximaban a la naturaleza sin reparar en qué parcela iban a intervenir, lanzados con pasión y medios rudimentarios a aventuras en que con frecuencia se jugaban la vida, impulsados por lo que tan espléndidamente resume el subtítulo de este libro: el anhelo por lo desconocido.

Alexander von Humboldt es un poco el paradigma de este tipo de personajes. Geólogo de formación, se le había diseñado un currículum adecuado para llegar alto en la administración prusiana, con la que estaba bien relacionado. Pero lo que ansiaba Alexander era descubrir mundo, conocer la naturaleza en lugares donde nadie la había estudiado antes. Igualmente interesado en la botánica, la electricidad, el vulcanismo o la mitología, venía a ser, como en algún lugar se le ha definido, un ‘hombre renacentista tardío’, a la vez científico, explorador y filósofo. Contrariamente a lo que ocurre en nuestro tiempo, para él, del todo impregnado de las convicciones del romanticismo, el saber no conoce parcelas, y una de sus pautas irrenunciables es la identificación entre el espíritu y la naturaleza.

Muy pronto Humboldt comienza a enredar a su entorno más próximo proponiendo viajes. Reside algunos periodos en Londres y París hasta que va tejiendo una red de relaciones con las personas adecuadas, científicos y exploradores con inquietudes semejantes a las suyas, incluidos algunos colaboradores del gran capitán Cook. No obstante, deja espacio suficiente a la improvisación: aunque su primer objetivo era África, circunstancias políticas y simples coincidencias le abren la posibilidad de viajar a Sudamérica, y no duda un minuto, embarcándose en su gran aventura en compañía del botánico francés Bonpland (quizá hasta estimulado por la fonética de su apellido, quién sabe). Ahí tenemos ese ansia ilimitada por conocer, da igual el qué o dónde, y sin importar demasiado métodos o planes de trabajo.

El viaje americano se fue desarrollando también de esta manera, por impulsos: comienza por explorar el Orinoco hasta el paso que comunica con la cuenca amazónica, pero se dirige después a Bogotá solo por conocer al botánico Mutis, y más adelante hacia Perú para enlazar con una expedición que planeaba visitar las Filipinas, aunque se detiene largo tiempo ascendiendo y examinando montañas y volcanes en el actual Ecuador. Por el camino, todo interesa: flora y fauna, mediciones de hemisferios y altitudes, los templos incas, muestras de aire, experimentos con animales y sobre el propio cuerpo del científico. Humboldt se afana por detectar ciertos rasgos universales en las culturas que va descubriendo y cree encontrar también nexos entre lo que descubre en América y lo ya conocido en Europa. Siempre se manifiesta la pretensión de abarcar el conocimiento como un todo, y de reflejar su pasión mediante textos y dibujos. 

Como prácticamente la totalidad del libro está escrito a partir de la abundantísima correspondencia del personaje, aparte del recuento de experimentos y descripciones se dejan ver con bastante claridad algunos rasgos que definen más al hombre que al científico: la sinceridad con que reconoce el limitado interés de sus algunos de sus descubrimientos (por ejemplo, en los citados volcanes de Ecuador), el recelo que, como buen protestante, le suscitan los misioneros españoles, o el evidente cansancio que en los años posteriores le disuade de acometer una nueva aventura de envergadura semejante.

A propósito me refería al material epistolar sobre el que se edifica el libro de Meinhardt. Como alguna vez hemos comentado en relación a otros personajes, el hecho de haberse conservado multitud de cartas de las que se escribían en otros tiempos ha permitido reconstruir datos, fechas o relaciones con mucha fidelidad (algo que tal vez ocurra también en el futuro con los mails o las redes sociales). Sin embargo, en este caso esa fidelidad representa en mi opinión un cierto lastre para el libro. La reconstrucción es desde luego tan minuciosa como escrupulosa, pero tiene algunas consecuencias negativas para el lector. El primer tercio del libro cuenta la vida de Humboldt antes de partir en su viaje, con una enorme cantidad de nombres, lugares y detalles que en su mayor parte entiendo que interesan poco al lector. Pero, más aún, en general da la impresión de un trabajo más de administrativo que de historiador, se echa de menos la elaboración, la obtención de conclusiones, trascender de lo que puede ser una recopilación, por rigurosa que sea, a un estudio algo más intelectual. Algo de esto asoma a veces, pero con demasiada timidez, y es una pena, porque el libro hubiera podido quedar mucho más atractivo. 



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