Javier Ceballos Jiménez: Harkaitz Cano: La voz del Faquir

Idioma original: euskera
Título original: Fakirraren ahotsa
Traductor: Jon Muñoz Otaegi
Año de publicación: 2018
Valoración: está bien

No es fácil el género de la biografía ficcionalizada (como en cine el género del biopic). Por una parte está la obligación de ser esencialmente fiel a los hechos de la vida del personaje biografiado, al menos en los grandes rasgos si no necesariamente a un nivel de detalle; por otro, la necesidad de construir, con esos hechos, un personaje que sea reconocible y "redondo" (no un mero arquetipo ni un santo ni un demonio), y una narrativa que vaya más allá de lo cronológico (nació, hizo esto y lo otro, murió). Si no estuviera tan manoseada, podría utilizarse la expresión "construir un relato" para este proceso de transformación sin el cual no hay biografía digna de tal nombre. Así, hay muchos biopics que fallan por ser demasiado planos o  hagiográficos, y otros que son criticables por tomarse demasiadas libertades con la verdad (whatever that means). En este peligroso equilibrio, Harkaitz Cano parece haber intentado encontrar el "justo medio": aunque la mayoría de los acontecimientos y personajes parecen ser verídicos (y cualquier persona que conozca la trayectoria del cantante Imanol Larzábal reconocerá muchos de ellos), al mismo tiempo cambia el nombre del protagonista a Imanol Lurgain y, por lo que explica en el [quizás innecesario] capítulo final, se toma ciertas libertades con determinadas situaciones y personajes secundarios.

Desde luego, es innegable el interés del personaje escogido: el cantautor Imanol Larzabal, una de las figuras esenciales de la música y la cultura vascas de finales del siglo XX. Cercano a la izquierda abertzale en su juventud, colaborador de ETA en los años 60, pasó por la prisión y el exilio francés hasta la amnistía de 1977. A partir de ese momento se involucró muy activamente en diversas iniciativas a favor de la lengua y la cultura vascas, así como de los derechos sociales, aunque en posiciones cada vez más alejadas de las de ETA; a pesar de ello, en 1985 Imanol participó (¿activamente?) en la fuga de la cárcel de Martutene de dos miembros de la organización terrorista (uno de ellos, el escritor Joseba Sarrionandia), que huyeron escondidos en los bafles del cantante después de un concierto. El momento esencial de giro de su biografía, sin embargo, es el asesinato de la ex-etarra 'Yoyes' en 1986, que intentó acogerse a las medidas de reinserción propuestas por el gobierno español y por ello fue ajusticiada por la banda terrorista; sacudido por la noticia, Imanol participó en la organización del concierto en repulsa por el asesinato, lo que le valió el rechazo, el boicot y las amenazas de una buena parte de la izquierda abertzale. Cansado, atemorizado y abrumado por las presiones, en el año 2000 abandonó el País Vasco, y murió en Orihuela en 2004.

La trayectoria de Imanol sirve, por lo tanto, como reflejo o representación metonímica, podríamos decir, de la evolución de al menos una parte de la sociedad vasca: del amplio apoyo en los años 60 y 70 a la ETA antifranquista (en la que convivían al menos dos espíritus, uno socialista e internacionalista y otro más decididamente nacionalista vasco), al alejamiento posterior con la llegada de la democracia, y finalmente al desencanto y el repudio con la "socialización del dolor" y la represión de toda disidencia en la banda (de la que el asesinato de Yoyes es el ejemplo último) y en la sociedad (con el acoso a políticos, intelectuales, periodistas, etc.). Esta "caída del caballo", que tan bien ha representado Saizarbitoria en varios de sus textos, pero superlativamente en Martutene, es quizás una de las tragedias de la historia vasca reciente: despertar un día y ver que tu sueño utópico (una Euskal Herria independiente y socialista) ha producido monstruos, muerte y destrucción.

Tenía, por eso, muchísimas ganas de leer esta nueva novela de Harkaitz Cano, uno de los escritores más significativos relevantes e interesantes de la literatura vasca actual; y tenía muchísimas ganas de que me gustase, después de que Twist me dejase con un sabor amargo. El problema es que, me temo, La voz del faquir también se ha quedado a medio camino, aunque el que vaya, en mi opinión, de menos a más hace que la sensación final sea más positiva.

Desde el punto de vista puramente literario, tengo la sensación de que la novela, en cuanto a la acción y la creación de un personaje interesante, solo consigue arrancar y despegar a partir del momento del asesinato de Yoyes ('Arakis' en la ficción). El capítulo que describe el asesinato es sin duda el más duro y el más logrado del libro, con un efecto narrativo y emocional superior a todo el resto. Y es también a partir de ese momento cuando Imanol Lurgain gana cuerpo como personaje, mostrándose al mismo tiempo decidido y temeroso, orgulloso y frágil, mujeriego y dependiente, irresponsable y vanidoso como un niño grande. (Recuerda, en cierto modo y salvando las distancias, al Maiakovski de Prohibido entrar sin pantalones, de Juan Bonilla). Hasta ese punto, su personalidad parece estar sin definir, y el personaje consiste fundamentalmente en un agente narrativo al que le van pasando cosas, que vienen a coincidir, en lo fundamental, con los acontecimientos de la vida de Imanol Larzabal, el de verdad, pero sin que se construya una psicología compleja a partir de ellos. Esto me hace pensar (y aquí entramos ya en territorio "pues si eres tan listo haber escrito tú la novela") que una estructura menos lineal, que nos mostrase desde el principio a este Imanol final, más humano, habría cambiado completamente la experiencia de la lectura.

El otro punto en el que esperaba más de la novela tiene más que ver con lo político. Esperaba que, a través de la voz del "Faquir" Imanol, se reflexionase más en profundidad sobre el conflicto ético y político de fondo: sobre cómo se llegó a justificar lo injustificable, a pegar tiros en la nuca de políticos, empresarios o periodistas, a tachar de traidores a todas las voces discrepantes, a expulsar del País Vasco a quienes, incluso habiendo pasado por la cárcel y el exilio, se oponían a la continuidad de la banda en democracia. No es que Harkaitz Cano oculte esta violencia ni, por supuesto, la justifique, pero tampoco, creo, ahonda en esas cuestiones, en las derivas individuales o colectivas que llevaron a ese punto, o en la necesaria asunción de responsabilidades ante sus consecuencias. (Es posible que la comparación con Martutene también le perjudique en este caso). Por supuesto, Imanol no tenía en su conciencia delitos de sangre (y de hecho en la novela aparece casi como un pacifista, negándose a aprender a disparar), pero sí que convivió y colaboró con quienes, con o sin conflictos de conciencia, empuñaron un arma o colocaron una bomba; y los posibles dilemas morales que esta convivencia pudieran provocar (a él y al narrador-autor) parecen resumirse en la decepción personal por que sus antiguos amigos le abandonen y dejen de ir a sus conciertos, y no por que se hayan convertido en cómplices del terror.

Sí que son frecuentes, en cambio, y muy sugerentes, las reflexiones sobre el acto creativo (musical en este caso, pero extrapolable a otras áreas) y sobre la posición del artista en la sociedad, particularmente en momentos turbulentos como los que le tocó vivir a Imanol: ¿es aceptable hacer arte escapista en tiempos de plomo? Hay también algunas digresiones de interés y efecto variables (algo obvia la identificación del Faquir con el mártir San Sebastián; más sugerente y polisémica la de los caballos de Géricault). Pero lo mejor, pienso, sigue siendo ese último tercio de la novela, en que se puede hablar efectivamente de novela y no de simple narración biográfica: un Imanol digno pero arruinado, orgulloso pero rechazado por los que antes eran los suyos, que se tiene que resignar a cantar para un auditorio lleno de políticos y escoltas que ni siquiera conocen sus canciones, y que acaba viviendo del sablazo y del ocasional golpe de suerte, es la imagen más memorable que nos deja La voz del faquir

Ver Fuente

Comentarios

Entradas populares