Javier Ceballos Jiménez: Junichirō Tanizaki: La madre del capitán Shigemoto

Idioma original: japonés
Título original: 重本船長のお母さん (Shigemoto senchō no okasan)
Traducción: Luisa Balseiro Fernández-Campoamor
Año de publicación: 1949
Valoración: Recomendable

Parece inevitable que si hablamos de Junichirō Tanizaki nos venga inmediatamente a la cabeza el precioso ensayo El elogio de la sombra, algo así como una condensación, sencilla y poderosa a partes iguales, de lo que, tirando de tópico, podríamos llamar el alma japonesa . Un libro tan agradable de leer como instructivo para el lector occidental. Sin embargo, Tanizaki trabajó sobre todo la novela, así que iba siendo hora de sondearlo un poco por ese camino.

Lo que nos presenta en esta ocasión es una reelaboración de un antiguo cuento medieval, al parecer ya citado en la descomunal Historia de Genji. Todo gira en torno a la dama de Ariwara, una joven de belleza inigualable, casada con el anciano Kunitsune, un octogenario de cierta posición social, algo así como un noble de segunda fila. En torno a la muchacha (cuyas virtudes físicas realmente muy pocos conocen de verdad) revolotean diversos candidatos, pero ninguno tan enamorado como su propio marido. Es el primero de los dos núcleos fundamentales del relato: la presencia de su joven esposa insufla vida en Kunitsune, que no solo conserva suficiente vigor para engendrar un hijo, sino que se aferra desesperadamente a la dama, no se cansa de contemplarla y agasajarla hasta donde le es posible. Las dos caras de la vida se reúnen en esa casa sombría, donde la joven es la luz que alimenta al viejo en su decadencia.

Pasados los años, el magnetismo reaparece en una forma diferente. Shigemoto, el hijo nacido de esa desigual relación, busca revivir el amor de su madre a la que perdió de vista siendo un niño pequeño. Apenas conserva unas imágenes borrosas de ella, pero necesita volver a sentirla, con la misma intensidad con que el anciano anhelaba su presencia. La misteriosa fuerza de la juventud, de la belleza, de una forma de vida esencial, activa de forma similar a los dos personajes, no obstante sus diferencias.

Es en realidad un relato bastante sencillo, que quizá en formato occidental hubiera ocupado un puñado de páginas, pero los registros de la literatura japonesa son, como sabemos, bastante peculiares. Quede claro que la prosa de Tanizaki es fluida y ágil, no se demora en adornos o descripciones, pero sí que profundiza mucho más de lo que podemos acostumbrar en el gesto, la sombra o la actitud, y enfoca las situaciones desde distintas perspectivas hasta sumergir al lector en la atmósfera exacta de las circunstancias, sus protagonistas y su entorno. Lo diferente del paradigma literario se aprecia muy bien en los numerosos poemas que brotan a la menor ocasión: son casi siempre apenas un par de versos, algo parecido a un aforismo, a veces una especie de mensaje cifrado… algo cuya belleza no es tan fácil captar para un lector no habituado (yo mismo, sin ir más lejos).

Pero no todo son delicadas flores del cerezo o persianas que ocultan discretamente lo que no debe ser visto. La cultura japonesa tiene esa otra cara salvaje que puede resultar incluso más chocante. En nuestra novela, el momento en que se desata la acción fundamental no es otro que una fiesta, algo que comienza con los protocolos de la más rígida etiqueta y degenera en una juerga bárbara. El sake empieza a correr a ritmo desbocado como para hacer palidecer la bacanal de los hermanos Karamazov y naturalmente termina de muy mala manera, aunque con plena eficacia narrativa, porque sirve de gozne para enlazar los dos núcleos del relato a que me refería antes, esos dos amores obsesivos:  el crepuscular del anciano Kunitsune y el filial del pobre Shigemoto.

Se diría que el gusto por el detalle o el silencio, la extrema sensibilidad de la cultura japonesa, son tan radicales como sus inmersiones en lo sórdido, porque el episodio etílico viene acompañado de otros momentos también brutales, como cierta escena que bordea la coprofagia (con una buena corriente cómica, es verdad) o las terribles imágenes de la práctica de la Contemplación de la Impureza, un rollo budista bastante duro que constituye todo un punto de inflexión en la historia.

Puede que de mis comentarios se pudiera deducir una valoración más alta que ese recomendable que pongo arriba. Lo cierto es que el relato es de gran belleza, y puede que, más que durante la lectura, se aprecie con más intensidad según lo vamos rememorando y deteniéndonos en los detalles. Pero tampoco voy a negar que presenta también algunas disfunciones, le cuesta un poco coger el rumbo, hay pasajes en que el hilo parece perderse en derivaciones innecesarias, y peca en ocasiones de redundante. Aun así, tengo claro que merece mucho la pena conocerlo.

Otras obras de Junichirō Tanizaki en ULAD: El elogio de la sombra



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