Javier Ceballos Jiménez: Manuel Rojas: Hijo de ladrón

Idioma original: español

Año de publicación: 1951

Valoración: muy recomendable alto

Aparte de las groupies literarias, los clubs de fans, y recibir lindezas por usar el idioma materno con cierta frecuencia, una ventaja absoluta de colaborar un blog es la interacción con el lector. Ventaja que se torna placer cuando de ello surgen recomendaciones como ésta de hoy. Ni idea de la existencia de Manuel Rojas hasta un reciente comentario, que (¡ayuda!) ahora no logro localizar, me puso sobre la pista de este libro. Pues bien, gracias. Hijo de ladrón es una extraordinaria novela, de esas que rompen esquemas, de esas que, conforme uno lee, reconoce, al margen de trama y de contexto social, una intención contundente del autor por encontrar recursos narrativos no explorados. Y esos son la clase de detalles que convierten a las novelas en clásicos, que les otorgan una valoración casi fuera de los parámetros habituales. Sin necesidad de grandes aspavientos, sin acudir a lo escandaloso. 
1951. Se me hace muy difícil ubicar influencias del autor, aunque aventuraría que algo recoge del gótico sureño, algo de Dickens y algo del existencialismo y de las grandes corrientes literarias francesas, también unas pizcas de autores peninsulares como Pérez Galdós, si bien diría que no podemos hablar en sentido estricto de influencia del naturalismo, ciertas ricas descripciones me indican que no dio del toldo la espalda a ese movimiento. Pero empecemos: Manuel Rojas es un narrador de absoluta maestría en el aspecto estilístico. No hay palabra ni párrafo fuera de sitio, no hay hojarasca y todo tiene sentido. La desgraciada historia de Aniceto Hevia, hijo de ladrón, desde esa escena inicial, punto gravitatorio de la historia, cuando sale del vagón de tren en el que ha viajado como polizón, y a medida que, en cuatro partes, ésta se dilata y se contrae en una especie de pliegue temporal casi proustiano, a veces veinte páginas de reflexiones, el tiempo paralizado, se combinan con saltos que dejan tras de sí enormes socavones de trama, completamente deliberados, que el lector rellenará, claro, esta es una novela que interactúa (¡1951!, repito) y el lector sabe que no hay motivo alguno de explicitarse. Aniceto ha perdido a su madre y su padre ha sido encarcelado, esta vez por algo gordo y para mucho tiempo. Él y sus tres hermanos van a tener que seguir adelante cada uno por sus lado, y todos son unos críos. El futuro no es nada halagüeño. Esta trama, escueta, trazada apenas y puesta en una especie de desorden que cobra sentido a cada frase, es apenas un punto de partida. Quizás hablar de novela psicológica al uso de otros clásicos (como El túnel) sea limitar en exceso. Pero desde luego para stream of  consciousness el que Rojas se marca aquí, con capítulos que son pura orfebrería literaria, con Aniceto asumiendo su futuro, su incierta existencia a expensas de los caprichos del poder y las autoridades (policía y jueces arbitrarios al frente), sus extraños acompañantes de andanzas a su lado, su precaria forma de vida. La novela admite tantas lecturas y muestra tantas facetas, siempre envuelta en ese halo a veces tan hosco y desesperado, a veces tan realista y melancólico, que me voy a resistir a explayarme más y voy acabar aquí. Tal como hice a expensas de quien aquí la recomendó: leed la novela, situadla en su contexto (alguna que otra década antes de tantas y tantas corrientes que pusieron la literatura patas arriba) y disfrutad del trayecto.



Ver Fuente

Comentarios

Entradas populares