Javier Ceballos Jiménez: Reseña a cuatro manos: Svetlana Aleksievich: La guerra no tiene rostro de mujer

Idioma original: ruso
Título original: U voini ne zhenskoe lizo
Año de publicación: 1985
Valoración: Muy recomendable





¿Cómo que las mujeres no van a la guerra?

Con esa pregunta cerrábamos la reseña de Cómo acabar con la escritura de las mujeres de Joanna Russ. 

Y sí que tiene que ver.

Teníamos entendido que las mujeres no iban a la guerra. Sabíamos que realizaban tareas auxiliares en segunda línea (enfermería, sastrería, abastecimiento de todo tipo), pero creíamos que no dirigían unidades, que carecían de la formación militar que les hubiera dado derecho a entrar en el escalafón y, desde luego que no participaban en combates ni estaban expuestas a fuego enemigo. Bien, pues una vez más, constatamos que ni siquiera esto es cierto que, como tantas otras ocasiones en que el papel de la mujer se ha silenciado, se ha ido ocultando celosa y nada casualmente a través de los siglos su aportación a la historia colectiva y no solo al ámbito doméstico.

Svetlana Aleksiévich (Nobel de Literatura 2015) no solo ha hecho una aportación impagable a la historia y al periodismo documental, sino que ha consolidado el género literario de la «novela colectiva» o «épica coral» para dar voz a los sin voz. Se trata de un documento histórico, mejor dicho, una serie de documentos que tienen en nuestra mente un efecto acumulativo. Mediante la técnica del puzle, se nos muestran innumerables retazos de testimonios orales obtenidos en entrevistas personales a testigos de primera mano, en lo que, se intuye, un larguísimo recorrido de la autora a lo largo y ancho de su país.

A partir de ahí, la autora nos introduce casi directamente en una oleada de voces que se suceden, una tras otra, abrumándonos con su sinceridad y crudeza. Sabemos que detrás esta ella, requiriendo, viajando, interpelando, organizando el material y dándole forma —esto último a base de recortar y reducir a lo esencial cada aportación— lo sabemos, pero su voz se escucha en contadísimas ocasiones, apenas una corta introducción y algún comentario sobre la marcha. Ella cita precedentes para justificar esta falta de armazón, novelas que se construyeron a base de conversaciones y que le fascinaron hasta el punto de querer imitarlas. Pero puede que haya algo más, que el relato de sus viajes, sus encuentros, las circunstancias en que se entrevistó a esas mujeres y al menos un esbozo de sus vidas después de la Segunda Guerra, hubieran impedido que se franquearan como lo hicieron, y que solo la promesa formal de que no se iban a aportar más detalles que un nombre y una profesión consiguieron arrancar tanta información inédita y valiosísima.
«A lo largo de dos años, más que hacer entrevistas y tomar notas, he estado pensando. Leyendo. ¿De qué hablará mi libro? Un libro más sobre la guerra… ¿Para qué? Ha habido miles de de guerras, grandes y pequeñas, conocidas y desconocidas. Y los libros que hablan de las guerras son incontables. Sin embargo… siempre han sido hombres escribiendo sobre hombres, eso lo veo enseguida. Todo lo que sabemos de la guerra, lo sabemos por la “voz masculina”. Las mujeres mientras tanto guardan silencio. (…) Y si de pronto se ponen a recordar no relatan la guerra “femenina” sino la “masculina”. Se adaptan al canon…»
Ellas hablan de dolor, miseria y muerte, de amistad, amor y compañerismo, de niñas todavía en edad de crecer que ansían convertirse en heroínas igual que sus compañeros, de las penalidades, alegrías y tristezas de esas existencias tan precarias, de nostalgia del hogar, de orgullo por haber estado a la altura, de la imposibilidad de narrar a los allegados la realidad de un mundo inimaginable.

Algunos reconocen que no quisieron casarse con mujeres excombatientes, pensaban que no eran dignas de ser sus esposas o algo parecido, por su parte muchas de ellas, si querían tener una vida, tenían que ocultar dónde habían estado. Consiguieron que se avergonzaran de lo mismo que ellos presumían, de lo que en el lado masculino era un gran honor.
«A mi marido no le guardo rencor, le perdoné hace tiempo. Tuve a mi hija… Él nos miró… Estuvo un rato y se fue. Se fue reprochándome: “¿Te parece que una mujer normal se iría al frente? ¿Aprendería a disparar? Por todo eso no has sido capaz de dar a luz a una niña normal”.»
Décadas después, cuando Aleksievich las visita, todavía sufren contando su experiencia pero a la vez necesitan explayarse tras toda una vida en silencio. Aunque también se denotan muchas lagunas. Solo uno de los testimonios habla abiertamente sobre la violencia sexual interna que allí se vivía:
«No me da miedo decir la verdad… Yo fui una “esposa de campaña”. La esposa en la guerra. La segunda esposa, la ilegítima. (…) El primer comandante del batallón… Yo no le quería. Era un buen hombre, pero no le quería. Me metí en su covacha unos meses después de estar allí. ¿Qué otra opción tenía? Allí solo había hombres, era mejor vivir con uno que temerlos a todos. Durante los combates no había para tanto, pero después, sobre todo cuando nos retirábamos de descanso, de reagrupación, era terrible. En la batalla, bajo el fuego te llamaban: “¡Hermana! ¡Hermanita!”, pero acabado el combate te acorralaban… De noche no había manera de salir de la covacha… ¿También se lo han dicho las demás o no se han atrevido a confesarlo? (…) Pero de eso no se habla… No está bien visto… No… Yo, por ejemplo, era la única mujer de mi batallón, vivía en la covacha común. Junto con los hombres. Me asignaron mi propio espacio, pero imagínese qué espacio si la covacha medía seis metros cuadrados. De noche me despertaba agitando los brazos: repartía bofetadas, me quitaba de encima sus manos. Cuando me hirieron, estuve en el hospital y allí también agitaba los brazos. De noche me despertaba la enfermera: “¿Qué te pasa?”. Claro que ¿a quién se lo iba a contar?»
Casi todas se alistaron antes de la mayoría de edad, animadas por el idealismo patriótico que (igual que sus compañeros varones) habían adquirido durante sus años escolares. Eran prácticamente niñas cuando tuvieron que normalizar muchas situaciones anómalas de golpe. En algunos testimonios incluso normalizan las violaciones de sus compañeros a las mujeres alemanas como algo que formaba parte de la misión.

Otro elemento a destacar es la cantidad de testimonios y anécdotas sobre las mujeres ajenas a la campaña bélica pero cuyas vivencias contribuyen a un relato mucho más riguroso y realista. Nos han enseñado que la narración de la guerra pertenece únicamente a los que están luchando en ella, dejando de lado a aquellos (aquellAs) que se quedan en casa o en campos de refugiados encargadAs de los cuidados de niños, enfermos y mayores, bregando a diario y sin descanso con situaciones muy extremas.
«Volví a casa… Todos estaban vivos… Mi madre los había mantenido a todos con vida: a mis abuelos, a mi hermana y a mi hermano. Yo regresé con ellos… »Al cabo de un año llegó mi padre. Papá volvió con unas condecoraciones importantes, yo tan solo había traído una orden y dos medallas. Pero en nuestra familia la heroína era mi madre. Ella los había salvado a todos. Salvó a la familia y salvó la casa. Su guerra había sido la más terrible. Papá nunca se ponía sus órdenes, consideraba que era vergonzoso pavonearse delante de mamá. Le resultaba embarazoso. Porque a mi madre no le habían concedido medallas… »
Solo añadir que Svetlana Aleksiévich lleva más de treinta años exiliada por escribir libros como este. Pasó años recibiendo cartas de rechazo de las editoriales porque su novela reflejaba una guerra demasiado espantosa, porque sobraba naturalismo o porque la guerra que ella relataba no era una guerra correcta.

¿Es este un alegato antibélico? Parece que esta ha sido la intención de Aleksievich y desde luego funciona como tal, ya que esas miradas carecen de triunfalismo, no tienen mentalidad de conquista, no hablan de técnicas militares ni de estrategias bélicas, que es lo que encontramos en todos los demás libros, desde los escolares hasta las monografías más especializadas.
«En esta guerra no solo sufren las personas, sino la tierra, los pájaros, los árboles. Todos los que habitan este planeta junto a nosotros. Y sufren en silencio, lo cual es aún más terrible».

Firmado: Beatriz y Montuenga

También de Svetlana Aleksievich: Voces de Chernobil, Voces de Chernobil (re.reseña) El fin del "Homo sovieticus", Los muchachos del zinc



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