Javier Ceballos Jiménez: Serge Guilbaut: De cómo Nueva York robó la idea de arte moderno

Idioma original: inglés

Título original: How New York Stole the Idea of Modern Art

Traducción: María Rosa López González

Año de publicación: 1983 (en castellano, 2007)

Valoración: Recomendable (muy recomendable para interesados en el arte y la Historia)


No me alcanza la memoria para decir en cuántos lugares he buscado este libro, nuevo, de segunda mano o en pdf, en librerías, claro está, pero también en rastrillos y almacenes, en innumerables sitios de internet, en museos y bibliotecas, en la propia editorial, yo qué sé. Cuando algo entra en la lista de pendientes el mundo se queda pequeño para conseguirlo. Al final, merece ser dicho, en la muy eficiente Red de Bibliotecas de Euskadi me lo trajeron del único sitio donde había un ejemplar: la biblioteca pública de Irun, donde por fin terminaron las pesquisas, a fin de cuentas no tan lejos, la verdad.

Así que, culminada la pequeña odisea, paso a exponer mis impresiones en unos pocos puntos, a modo de esquema:

1.- Título engañoso

Una vez más, oiga, me empieza a cansar un poco este jueguecito de los títulos sonoros que después no es que no respondan al contenido, sino que lo tergiversan sin escrúpulos. Y esta vez no es culpa de la editorial (la editorial tiene otras culpas que luego diré) sino que el dislate viene de fábrica. Echemos un vistazo al título original y, aunque mi inglés es bastante limitado, no me dirán que la traducción literal de stole no es justamente robó, con un sentido que ni siquiera es un suave se apropió, y menos heredó o asumió. Robó. Y claro, como luego se explica en el libro, Nueva York no robó la idea de arte moderno mediante la añagaza o la maniobra torticera que se puede suponer. La realidad es que en el transcurso de la Segunda Guerra mundial París, epicentro del arte y la creatividad planetaria, es ocupada por los nazis de forma poco menos que placentera, y aquel corazón deja de latir, un buen número de artistas buscan refugio al otro lado del Atlántico, y favorecen que prenda allí la llama. Por supuesto, ya había creadores interesantes que habían bebido de la tradición europea, y entre disputas a medio camino entre el arte y la política, se fue abriendo la opción de que los Estados Unidos (en principio N.Y., cierto) tomasen el relevo como ombligo del mundo –también en este aspecto.

2.- Desorden expositivo

El libro de Guilbaut, dividido en cuatro apartados excesivamente amplios, no se distingue por su claridad a la hora de exponer los hechos. Da la sensación de que, aunque a grandes rasgos sigue un criterio cronológico, se le agolpa la información hasta configurar una masa que el autor no parece capaz de dominar. Seguramente es que quiere contar demasiadas cosas, entrar en todos los detalles, y ahí pierde limpieza. Y además lleva encima el enorme lastre que supone querer incluir citas innecesariamente extensas que, aunque resulten ilustrativas, cansan de forma inevitable al lector e interrumpen el ritmo. No le hubiera venido mal al señor Guilbaut un poco más de capacidad de síntesis.

Entre los muchos meandros de ese gran caudal de información conocemos el compromiso de varios de estos artistas (Newman, Rothko, Gottlieb) con la izquierda, el impulso y la reflexión de críticos destacados como Schapiro o Greenberg, o el trabajo divulgativo (comercial) de galerías como la famosa Art of This Century de la que en su día hablamos aquí, el marchante Samuel Kootz o los diferentes rectores del MOMA. Se busca un camino para poseer un arte propio, al mismo tiempo deudor del espíritu vanguardista europeo e independiente de él. Digamos que estamos tocando temas que pueden aburrir a quien no esté muy interesado en este mundillo, aunque apasionarán a los que sí.

3.- Y sin embargo, te quiero

Para quien no quiera entrar en muchos detalles, quizá conviene quedarse con una idea general de lo leído, porque el libro toma después un rumbo bastante diferente. Aunque de tanto en tanto el foco es cambiante, no estamos ya en un texto sobre arte, ni siquiera sobre Historia del arte, sino sobre Historia a secas, y en mi opinión de un considerable interés. Terminada la guerra, el mundo queda, como todos sabemos, polarizado entre las dos grandes potencias vencedoras, y se inicia una pugna, primero subterránea pero muy potente, por al menos pararle los pies al rival. Es la doctrina de la contención del presidente Truman, que pretende a toda costa evitar que países decisivos de su órbita (según quedó dibujado en Yalta) cayeran en brazos del comunismo (Francia, Italia y Grecia eran los candidatos). 

Todo esto es la raíz del plan Marshall: inundar de dinero a la deprimida Europa para evitar la tentación de que mirase hacia el Este, todo ello acompañado de una gigantesca operación propagandística en la que se incluye obviamente la amenaza de un ataque soviético, pero también por ejemplo la penetración masiva del cine norteamericano (acuerdo Blum-Byrnes) o presiones más o menos sutiles para sacar a los comunistas de los gobiernos en los que participaban. En el marco de esa enorme campaña volvemos a encontrar a nuestro artistas estadounidenses, como punta de lanza de lo que se pretende demostrar: que los EE.UU. ‘tenían ahora todos los triunfos en la mano: la bomba atómica, una economía fuerte, un ejército poderoso y ahora la supremacía artística y la superioridad intelectual’ frente a un París amanerado y atado a un pasado que le inclinaba hacia un nuevo academicismo.

Aun sin desprenderse de las rémoras formales que comentaba antes, y fluctuando sin un rumbo claro entre materias, la exposición resulta enormemente interesante. Eso que conocemos bajo el rótulo de expresionismo abstracto (digámoslo ya, Rothko, Still, de Kooning, Motherwell y varios más, siempre tras el abanderado Pollock) se debaten entre fuerzas contrapuestas, como el purismo nacionalista que intenta apartar a los que considera demasiado afrancesados, o los gustos cambiantes de la pujante clase media, primero espantada por semejante vanguardismo, luego encantada de asumirlo como elemento decorativo y de distinción social. Hasta que finalmente el aparato propagandístico decidió que había encontrado en ese movimiento el estilo norteamericano por excelencia, la representación adecuada de los valores liberales (individualismo, riesgo, vigor) que inyectaría en la vieja Europa para frenar la influencia comunista.

4.- Reedición urgente

No recuerdo qué librero me dijo que se preveía una nueva edición de este libro, y pocas veces será más imprescindible. Se diría que Tirant lo Blanch (con la colaboración del MACBA, nada menos) lo hubiese editado sin ningún tipo de corrección y está plagado de erratas, muchas realmente burdas. Es de verdad una pena porque estropean la lectura hasta hacerla a veces irritante. Si además fuese posible una revisión algo más profunda estructurando mejor las ideas, con la espectacular base bibliográfica que tiene quedaría una obra realmente espléndida que no se debería perder ningún aficionado al arte. Y hasta le perdonaríamos lo del título.




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