Javier Ceballos Jiménez: Tochoweek III, #7. Don DeLillo: Submundo

Idioma original: español
Título original: Underworld
Año de publicación: 1997
Traducción: Gian Castelli
Valoración: muy exigente

No será que no me advirtieron. Cuando uno se plantea la lectura de ciertos volúmenes suele recurrir a algún tipo de referencia que permita tantear un poco a qué se enfrenta. Otra cosa es que algunas de esas opiniones se conviertan en acicates para ciertos desafíos o en pruebas de fuego para la firmeza (o tozudez o determinación) con que mostrarse a la hora de emprender ese camino.
Y el camino que nos ofrece Don DeLillo en Submundo no es sencillo ni pretende serlo: leer esta novela me ha hecho pensar en un Franzen desordenado (o al revés: algunos de los novelones de Franzen podrían pasar por este libro con los capítulos ordenados cronológicamente) e incluso en un DFW con intención de ser descodificado con cierta facilidad.
Porque esta novela es, vaya por delante, un ejercicio exuberante de estilo literario. Con lo que ello significa: sus cientos de páginas no contienen ni un solo párrafo (siendo muy meticuloso, quizás algunos de los diálogos resulten algo forzados) que no desprenda una brillantez formal al alcance de muy pocos. Cosa que, me temo, condicionó algo la traducción, que, impresión mía, a veces parece atascarse o no resolverse muy holgadamente en un texto que parece rico en vocabulario y exigente en construcciones, motivo por el cual recomiendo cederle a la lectura el tiempo que esta exija. Ello significa, aviso, que hasta sesiones de una docena de páginas son aconsejables. Nada de volar sobre las páginas, por favor. Eso se lo dejáis a vendedores de  papel como Brown, Follett o Larsson. Aquí, me temo, no hay relleno.

Submundo es un magma que salta décadas arriba y abajo sin justificarse, es un artefacto incomprensible que requiere tiempo y paciencia (y quizás una libretita para experimentar con sus huevos de Pascua.. Es otra novela candidata al eternamente vacío trono de Gran Novela Americana con todo lo que cabe esperar de algo así.

En lo personal, no soy muy partidario de aquellas lecturas que se presentan como un reto intelectual, cuya lectura queda condicionada por una exigencia de atención bajo el riesgo de estarse perdiendo algo. Y puede que Submundo se trate de algo (como La subasta del lote 49, cuya reseña tantas veces he temido no fuera todo lo acertada) que merezca esta consideración. Porque el mero hecho de plantearse una sinopsis ya es un osado ejercicio: DeLillo nos lleva adelante y atrás en el tiempo y pobla esos recorridos de personajes y situaciones que pueden ser reales o ficticios, no por una cuestión de juego literario (a diferencia de algunos de los autores con los que se le compara, el tono es normalmente de enorme solemnidad), sino por una intención de obtener fiabilidad de ese intercalado Así que veremos a Sinatra y a Lenny Bruce en estas páginas y conviviremos, aunque sea de soslayo, con muchos de los episodios que, parece apuntar DeLillo, conforman ese carácter estadounidense tan dado a la grandilocuencia. Y si el episodio inicial del libro es una épica narración de un célebre partido de béisbol y de cómo un joven se hace con la bola que protagoniza el home run, tras haberse colado en el partido sin abonar la entrada, a partir de ahí entran en escena montones de situaciones de diversa índole cuya integración en una especie de summum temo haberme perdido, y no digo que no sea anestesiado por la prodigalidad de la prosa aquí contenida a palazos. Descripciones meticulosas, barrocos y alambicados fragmentos, especialmente de aspectos arquitectónicos y paisajísticos, de esos que dejan sin aliento al lector y debieron quitar el sueño al traductor, intercalado de situaciones vagamente familiares procedentes del imaginario propagandístico (resumiendo: si no pasaba en Estados Unidos, eso no sucedía), y ahí, amontonado sin mucho orden, cosa creo que bastante premeditada, todo el temario, y me dejo cosas: el miedo atávico inherente a la Guerra Fría, el día del partido de marras la URSS hace pruebas de armamento nuclear; las guerras de Corea y Vietnam, el uso de agente naranja, la eterna sospecha sobre la Mafia y la gestión de residuos, los artistas del graffiti, los nuevos artistas (Klara Sax, una de las protagonistas, colecciona aviones en desuso que aparca y decora en medio de la nada), la ciudad de Nueva York, sus barrios y el eterno conflicto racial, los hombres que abandonan  a sus familias, las experiencias de reencuentro con uno mismo alejándose del mundanal ruido, la construcción del World Trade Center, el asesinato de Kennedy, cómo no, rollos de celuloide que muestran películas nunca vistas, el asesino de la autopista de Texas, la brecha generacional, la madurez y los segundos matrimonios. Dicen que esta es una novela sobre el miedo y el desmoronamiento de la sociedad estadounidense, y yo diría que no solo eso está ahí: también su manía por ser los únicos y los más grandes, otro estereotipo que gravita sobre la opinión pública planetaria. Y DeLillo, que para nada es un visionario sino, escribió todo esto antes de la explosión de Internet, del 11-S y del ascenso (a los infiernos) de Trump.

De todo lo cual, queridos lectores, ya podéis comprender algo sobre mi valoración. No es el DeLillo sacado de contexto que me decepcionó (y mucho) en Cosmópolis, pero tampoco el fluído y seductor de la brillantísima Ruido de fondo. Pero ya he comprendido que el neoyorquino es un escritor decidido y poco dado a escribir pensando en ser aceptado por el lector. O qué cabría esperar de una novela escrita a los 61 años.



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